domingo, 29 de diciembre de 2013

SARAJEVO '94

    Roberto Bosque fue una de esas personas a las que guardo gran aprecio. Bosque fue la primera cara amiga que encontré al incororarme al  G.O.E. Elegí La Legión pero ese año no había plazas.

     Rebasados los muros del cuartel siguiendo al cabo Bernalte con su rostro serio, toda mi atención se centró en cómo los sargentos Casas y Galiana, dos tíos entre metro noventa y dos metros, se lanzaban un cuchillo el uno al otro, en un juego que consistía en atrapar el cuchillo en el aire sin cortarse y lanzarlo de vuelta. Mi cerebro procesaba una y otra vez esa imagen mientras caminábamos hacia la compañía terminando el proceso siempre con la pregunta. ¿Qué coño hago yo aquí?. Ya apoyada la mochila sobre mi catre, elevé la vista para encontrarme con el rostro de Bosque que daba la impresión de estar expectante, como casi todos. Su cara era la de un tipo normal, no estaba curtida por el sol, ni la fatiga, era el tipo de rostro que estaba acostumbrado a ver en la universidad, sus gafas le daban aspecto de empollón, no en vano Bosque había ido a la universidad. Bosque era un tipo extraordinario en un traje de normalidad.

     Sufrimos juntos la instrucción por imperativo del abecedario, Bosque, Bunes. Se reveló como un gran compañero; inteligente, previsor, prudente, resistente y valiente. Después fuimos coincidiendo de acuerdo a la misión, o al albedrío del mando. En cada coincidencia era una alegría encontrarte con él, un hombre preparado como Roberto era, y es, una garantía en cualquier equipo. 

      Hace tiempo que Bosque abandonó las fuerzas especiales para cumplir su sueño de volar, de pilotar; eso me dijo allá por el año dos mil cuando me lo encontré tomando una cerveza en Casa Labra en la calle Tetuán, frente a El Corte Inglés de Preciados. Estaba estudiando para piloto pero en su ADN de hombre tranquilo llevaba grabada la vocación de ayuda, el deseo del puesto de mayor riesgo y fatiga, de ser útil y queriendo ser útil fue piloto antiincendios. Hace unos días Villar me dijo que Roberto Bosque nos está esperando para reagruparnos donde nosotros sabemos. Dice la canción que morir como un guerrillero es lo más normal, que no te tiene que importar, y así ha sido; en uno de esos incendios la insistente muerte, a la que ya alguna vez Roberto había mirado a los ojos, dio con él, pero estoy seguro de que no estaba preocupado, morirse es  de lo más normal.

     Estos son mis recuerdos de nuestra misión a Sarajevo en plena guerra de los Balcanes. Nuestro viaje de ida y vuelta desde Medjugorje hasta Sarajevo.

   Bosque, espéranos que iremos llegando. No te molestes si tardamos, entiéndelo, tú al menos con Casas no te aburres.

     La tarde anterior me ordenaron preparar mi equipo para una misión de un día y presentarme en el parque móvil a la 5 de la mañana. Salía con el Capitán Colomina, eso era todo lo que necesitaba saber. Colomina, Torregrosa al volante, una intérprete yugoslava y yo mismo viajaríamos en un Nissan "blindado" con la lona de Naciones Unidas mientras Lamazares, Bosque, Villar y alguno más que no consigo recordar subían en un BMR (Blindado Medio Ruedas) con un blindaje obsoleto ya en esa época. La operación era dar seguridad y escolta a un autobús de refugiados desde Mostar hasta Sarajevo. Era ésta una misión fuera de lo habitual, siempre que se daba una misión fuera de lo habitual nos decían que era la primera vez que se hacía. En este caso no era del todo cierto aunque parece ser que hacía tiempo que este recorrido completo no lo hacía nadie de UNPROFOR (Fuerza de Protección de Naciones Unidas)

    - ¡Señores, salimos!. Vais a ser los primeros en abrir la ruta hasta Sarajevo.

    Abandonamos nuestro cuartel en Medjugorje con destino a Mostar. El recorrido desde nuestra base hasta Mostar era tranquilo, teóricamente era una zona pacificada aunque no mucho antes un legionario había aparecido muerto en Citluk. Descendimos por la carretera hacia el valle del Neretva, cruzando el río que da nombre al valle y superamos el control de la Armija (ejército bosnio-musulmán) en la entrada de Mostar. Hasta ahí, todo sin novedad, máxime a esas horas de la madrugada.

     Mostar estaba controlada, más o menos. Nos movíamos por la ciudad con cierta tranquilidad. Dividida en dos zonas; la zona croata y la zona musulmana, habían firmado un armisticio un par de meses atrás siendo uno de nuestros cometidos el que las partes lo respetaran. Alguna que otra vez se escapaba algún disparo, algún impacto de mortero aislado; unos dirigidos a cascos azules, otros entre ellos. Siempre ha habido y siempre habrá resentidos. Era una preciosa ciudad medieval patrimonio de la humanidad totalmente destrozada. Los edificios que seguían en pie estaban acribillados por impactos de bala de todos los calibres, las calles llenas de socavones, sacos terreros por doquier... La alegría extirpada por el fuego, por el odio, por la guerra, por lo miserable del comportamiento humano, con una excepción; los niños. Los niños se acercaban alegres a sabiendas de que algo les caería pero también se divertían vacilando con nosotros en perfecto español ya que durante su periodo en Bosnia hizo más por el español La Legión que las tropecientas oficinas del Instituto Cervantes en medio mundo.

   - ¡Hola!. ¿De qué unidad eres tú?.
   - Soy de operaciones especiales.
  - ¡Ah!, pues me ha dicho un legionario que los de operaciones especiales sois unos maricones. ¿Me das un caramelo?.

     Repartíamos caramelos y chocolatinas, pilas, linternas, mecheros incluso aceptábamos pedidos que repartíamos en nuestra próxima visita. Algunos comprábamos carne y otros alimentos en los establecimientos que habían proliferado en torno a nuestra base en Medjugorje para entregárselos a alguna familia conocida, parte de nuestra paga en marcos alemanes la destinábamos a ese fin. Sientes la necesidad de ayudar de forma individual ante el desastre que contemplas sin llegar a saber jamás cuán bien les han venido esas pilas, esa linterna o ese kilo de carne.

      Llegamos al punto de partida donde nos encontramos con el autobús que debíamos escoltar. Era un autobús de los años 80 por lo menos; en fila con el BMR parecía un excursión retro. El autobús iba lleno de personas asustadas, sumidas en la incertidumbre, vestidos con los restos de ropa tras tres años de guerra. Temerosos de que algún tarado cobarde pudiera tomarla con su autobús, de no encontrarse con sus seres queridos, de no encontrarlos sanos y salvos; quizás nuestra presencia y compromiso mudo de llevarlos con vida hasta Sarajevo les alivió un poco. La guerra no tiene nada de bonita, la inmensa mayoría de ataques los llevan a cabo sádicos cobardes que se atreven cuando saben que cuentan con superioridad absoluta, les gusta ser crueles haciendo daño al más débil y exterminar al enemigo para luego narrarlo como algo heróico. No hubiera sido éste el primer autobús interceptado por el enemigo del que poco más se supo.



     En aquel momento no éramos plenamente conscientes de todo aquello, éramos demasiado jóvenes. Ya acostumbrados al "pan nuestro de cada día" de una zona de guerra, no teníamos miedo ni estábamos preocupados más de lo necesario aunque esta misión tenía cierta emoción ya que llegaríamos a la olímpica Sarajevo.

     Nos despedimos de los chavales que rodeaban el BMR que ya eran muchos puesto que cuanto más tiempo permanecíamos parados más aparecían y eso nos alegraba. El capitán Colomina y el sargento Lamazares bajaron del autobús donde habían dado instrucciones al chófer sobre la ruta que íbamos a seguir y el protocolo en caso de ataque. No me cabe duda de que el chófer del autobús sabía de la guerra más que todos nosotros juntos; el ejército te enseña rápido y bien pero no tan rápido ni tan bien como la guerra en la que  o aprendes o no sobrevives. 

   Iniciamos un viaje de poco más de 300 kilómetros, ida y vuelta, que transcurrió por la M16, carretera principal que unía la costa con Mostar y Sarajevo. El camino no sólo discurría por la carretera asfaltada ya fuera porque ésta estaba destruida en parte del recorrido o porque convenía salirse de ella para evitar zonas controladas por el ejército serbio evitando  así tentarle de hacerse con el autobús. Muchos tramos eran pistas de tierra estrechas, excesivamente complicadas para un vehículo pesado y obsoleto como el BMR español de 15 toneladas, que con semejante peso no era extraño que hiciera que la pista cediese a su paso en los puertos de montaña. Tampoco era infrecuente que en un país tan montañoso como la ex-yugoslavia los frenos se recalentaran siendo imposible detener el vehículo. El recorrido era lento debido a los diferentes controles de los distintos ejércitos, desprendimientos de rocas por causas naturales o impactos de mortero y socavones producidos por bombardeos; aminorábamos la marcha al atravesar las distintas poblaciones llegando incluso a tener que detenernos en algunas. Como siempre, repartíamos lo que fuera que llevásemos con nosotros, si podíamos prescindir de ello y era útil para los lugareños. 

     Mientras los demás íbamos relativamente tranquilos, Bosque y Torregrosa soportaban la tensión de elegir muy bien por donde pasar. Bosque además debía evaluar si el monstruo que manejaba iba a poder con el tramo por delante o el tramo con el monstruo. Esta vez mi puesto estaba en el Nissan, era más incómodo ya que no quedaba otra que ir sentado en el banco lateral de hierro y mucho menos divertido, además el capitán Colomina y la intérprete cortaban mucho el rollo. En un BMR te puedes levantar, vas con compañeros y, según lo que venga, la palmas igual en uno que en otro. Disfrutábamos todos de un camino nuevo, de una misión distinta, halagados en cierta forma por la manera en que éramos recibidos en cada aldea o pequeña ciudad que atravesábamos. El camino era lento, muy lento, dudo que superáramos por mucho los 50 kilómetros por hora de velocidad media durante el viaje. 

     El camino discurrió tranquilo, lentamente avanzábamos hacia el tramo final, la entrada a Sarajevo. Ascendimos una montaña por pista de tierra que mientras el Nissan subía con cierta alegría, el BMR y el autobús sufrían por la pendiente. Al llegar a lo alto del puerto nos encontramos con un control que más bien parecía la salida de una prueba del campeonato del mundo de rallies. Allí detenían los vehículos para dejar espacio y tiempo entre uno y otro.  Era la bajada a Sarajevo por la cara de la montaña más expuesta a  la artillería serbia. Mientras durante el ascenso habíamos estado cubiertos por la propia montaña, ahora en el descenso ofrecíamos un blanco sencillo para cualquier tiro tenso de ametralladora pesada o fuego de artillería ya que nos tenían a la vista. Debíamos bajar lo más rápido posible hasta el aeropuerto motivo por el que la Armija espaciaba la salida; de esa forma evitaba que los vehículos se ralentizaran entre sí ofreciendo un objetivo excesivamente fácil como el que constituían juntos un BMR blanco de Naciones Unidas y un autobús.
    
      Sarajevo es una ciudad enclavada en un valle. Llevaba toda la contienda sitiada por el ejército serbo-bosnio de Ratko Mladic que la batía con artillería desde las cotas más altas que le proporcionaban la montañas que la dominan. La ciudad, en manos musulmanas, estaba completamente rodeada a excepción de un corredor por el sudoeste que la unía  con otros territorios bosnios a través del aeropuerto, que no siempre había estado a disposición de los musulmanes. Mitterrand consiguió años atrás que los serbobosnios cedieran su control a la O.N.U. quedando bajo el mando de cascos azules franceses quienes, por cierto, contaban con todoterrenos blindados ligeros con ametralladora pesada  de tres ocupantes que sí se manejaban bien en la difícil orografía bosnia.


     Del tiempo que permanecimos detenidos esperando a que nos dieran la salida recuerdo la cara de concentración de Torregrosa, mi conductor, que seguramente era fiel reflejo de la de la de todos. Recuerdo el espectacular aterrizaje de un avión de la O.N.U. sin ningún tipo de aproximación, picando desde muy alto para luego enderezar el avión cuando ya casi parecía que se iba a estrellar contra la pista de aterrizaje. Recuerdo al capitán Colomina  intentado descifrar el GPS (nos lo habían asignado y en ésa época eran muy escasos) que, desde luego, y lo digo en su defensa, no era como los de ahora. Y recuerdo estas palabras, mientras apoyaba mi mano con en el hombro de Torregrosa.

    -Torre, si la tenemos que palmar que sea de una hostia en coche. Tú písale para que no nos acierten.

    Colomina me echó la mirada que se corresponde con la frase "Deja de decir gilipolleces" y se volvió a centrar en el GPS, momento en el cual nos dieron la salida para comenzar el descenso a Sarajevo. Como cualquier persona que se atreve a subir a las montañas rusas más perversas me pregunté por enésima vez qué coño hacía allí mientras me aferraba a los barrotes del Nissan sabiendo que poco  dependía de nosotros hasta que llegásemos al aeropuerto. Nos despeñáramos o nos alcanzasen disparos serbios no había mucho que pudiéramos hacer aparte de acelerar para alcanzar la ciudad y ponernos a cubierto.

     El descenso fue...rápido, o al menos así lo recuerdo. Torregrosa se manejó muy bien para bajarnos, Roberto Bosque hizo lo propio y no menos hábil fue el chófer del autobús. Los vehículos se acercaban peligrosamente a los bordes de la pista, tanto que te permitían apreciar la caída de los acantilados en su totalidad, hay cosas que es mejor hacerlas con veinte años. Llegamos al aeropuerto de Sarajevo donde nos encontramos con los cascos azules franceses que lo controlaban. La actividad de la tropa francesa era incesante, yendo continuamente de aquí para allá con un gesto inamovible de preocupación. Nos detuvimos durante unos segundos en pleno aeropuerto, momento en el que tuve oportunidad de charlar con un legionario francés que mostraba un semblante más calmado.

     - Hola. ¿Qué tal por aquí?. - le pregunté.

     - Bien, tranquilo.

     - Pues no lo parece.

   - Compañero esto es la locura pero vengo de África y allí se matan a machetazos, se matan a golpes contra un muro, contra cualquier cosa. Nunca dejes que te destinen a África.

     Nuestro vehículo se puso en marcha de nuevo. Me dio tiempo a despedirme.

     - Gracias amigo. Cuídate. 

    Salimos del aeropuerto para atravesar las calles de Sarajevo con destino al complejo que forman el hotel Holiday Inn y las torres Inictic. A partir del Holiday Inn el autobús nos abandonó siguiendo su propio camino mientras nosotros permanecimos junto a la entrada principal de la torres Initic; el capitán Colomina tenía gestiones que hacer allí. Tras muchas horas de incómodo viaje ésta fue nuestra primera parada larga que aprovechamos para relajarnos, resulta curioso pero te llegas a relajar en pleno centro de una ciudad continuamente asediada. Villar decidió quitarse el casco, ya estaba bien. En general nosotros no mostrábamos la misma inquietud que nuestros compañeros franceses, en nuestra zona de operaciones nos mostrábamos más despreocupados. ¿Era la zona de Sarajevo más complicada?. ¿Éramos nosotros más irresponsables?. No puedo responder a estas preguntas, pero ahí estábamos en pleno centro de Sarajevo, rebajados de casco, y es que quizás en cada español haya un torero.



     Un grupo de muchachos aprovechó para acercarse. Ellos no hablaban español, la legión no había llegado hasta aquí, pero hicieron por comunicarse y nosotros por entenderlos. Vestían con los mismos harapos que los niños de Mostar, tampoco ninguno estaba gordo pero demostraban exactamente la misma alegría. Hubo, no obstante, una diferencia; tal debía ser nuestro semblante tras el largo recorrido, sin apenas comer pues dimos nuestras raciones a la población civil que las necesitaban más que nosotros, que en vez de pedirnos caramelos nos los ofrecieron. Sorprendidos por su acción cruzamos nuestras miradas, observándonos los unos a los otros para darnos cuenta de nuestro estado; rostros llenos de polvo y sudor, la camiseta empapada por la transpiración a causa del calor del verano bosnio, más el calor que desprenden los BMR, más el casco junto con el chaleco antifragmentación que eran como un abrigo y gorro rusos en pleno verano. Sólo nos quedaba la ración de emergencia pero con toda la vuelta por delante sería mejor aguantar mientras el hambre no hiciera estragos. Casualidad o sexto sentido de chavales que apenas conocían otra cosa que la guerra, pero crearon una comunión momentánea entre perfectos desconocidos, proporcionándonos una tremenda satisfacción del deber cumplido que daba sentido a todo ese viaje. Quizás en ese autobús iba algún padre, algún hermano, algún ser querido de estos chicos, quizás no...



     Ya de vuelta de sus quehaceres en las torres,  el Capitán Colomina dió órden de iniciar el regreso. Nos despedimos de esos niños que sufriendo la escasez de casi todo compartieron con nosotros lo poco material que tenían además de su inmensa alegría. Volvíamos más tranquilos, sólo éramos ya responsables de nosotros mismos, subiríamos lo que habíamos bajado y bajaríamos lo que habíamos subido; Torregrosa y Bosque nos habían traído, Bosque y Torregrosa nos devolverían a la base, simplemente llegaríamos bien entrada la noche pues ya era tarde y aún estábamos saliendo.

    El regreso fue tranquilo, prácticamente nocturno también, tan tranquilo que me hizo pensar en los momentos de calma antes de la tormenta y no era ése un pensamiento muy halagüeño. Llevábamos muchas horas seguidas de misión, el cansancio físico y la tensión mental quizás hicieron mella convirtiéndolo en interminable. En el Nissan se habló poco o nada, probablemente en el BMR iban un poco más animados. La sensación de cansancio te hacía pensar algo como "si ahora pasara cualquier cosa, me pillaría en mal momento", pero siempre es mal momento. Estábamos preparados para que todo nos pillase en mal momento y nos diera igual.

   Bien entrada la noche atravesábamos Mostar buscando el desvío suroeste que nos llevase dirección Medjugorje. Llegados a ese punto confiábamos plenamente en que el capitán Colomina hubiese domado perfectamente el GPS: no fué así.

   - La próxima a la derecha. Gira Torregrosa.
  
   - A la orden.

   Torregrosa hizo el giro por la siguiente a la derecha seguido por el BMR de Bosque. Comenzamos a ascender por una calle de elevada pendiente que se estrechaba cada vez más, superamos con el Nissan una chicane a la izquierda tan estrecha que inmediatamente giré la vista dudando que el BMR pudiera pasar por ahí, pero Bosque la sorteó con gran habilidad pese al volumen del BMR. A esa altura era ya más que evidente que ese no era el camino pero, ¿quién se atreve a contradecir a un capitán con GPS?. Afortunadamente no recorrimos muchos más metros cuando el capitán Colomina llegó a la conclusión de que debíamos dar la vuelta.

   Ágilmente, Torregrosa maniobró nuestro vehículo para situarlo en sentido contrario cuesta abajo. La pendiente era tan pronunciada que el freno de mano sólo no aguantaba el Nissan obligando a Torregrosa a mantener el pedal de freno pisado para esperar, con el vehículo en marcha, a que el BMR diera la vuelta. Detenidos cuesta abajo con el motor arrancado esperábamos a que Bosque finalizara el cambio de sentido, asistido por el sargento Lamazares que había abandonado el BMR para indicar las maniobras necesarias. Apenas había espacio para efectuar el giro. Bosque asomaba la cabeza por la escotilla del conductor para asegurarse de que no daba con nada y poder ver con más claridad las indicaciones de Lamazares. Poco a poco, maniobra a maniobra iban enderezando el vehículo para que apuntara hacia abajo y así poder marcharnos de una vez.

  Nosotros esperábamos cincuenta metros aproximadamente por delante del BMR, justo antes de la chicane que habíamos superado minutos antes. Colomina seguía intentando entender el GPS mientras Torregrosa le observaba con incredulidad y un toque de condescendencia; mientras tanto nuestra intérprete permanecía totalmente estirada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Estaba pálida y denotaba cansancio.  Dejé de observar a la intérprete para volverme a fijar en la parte final de la maniobra: Lamazares, de frente al BMR, ofreciendo su espalda a mi vehículo, indicaba a Roberto Bosque el último giro que lo dejaría totalmente recto cuesta abajo. Mantenía su brazo derecho en alto paralelo al suelo, subiendo y bajando el antebrazo transmitiendo a Bosque con este gesto que el BMR superaba la pared. Por fin nuestro Blindado Medio Ruedas había dado la vuelta. Jesús Lamares hizo la señal de frenar para que Bosque parara el vehículo pero el BMR comenzó a coger velocidad.

     - ¡Frena! - gritó Lamazarares.

     - ¡No frena!. ¡No van los frenos!.

    Lamazares se giró con agilidad sobre sí mismo y comenzó a correr mientras gritaba.

     - ¡Tira del eléctrico! - refiriéndose al freno eléctrico que llevan los BMR.

     - ¡No va, no va! -

     Lamazares tenía difícil escapatoria, el BMR ocupaba prácticamente todo el callejón y estaba cogiendo una inercia considerable. No quedaba mucho para que 15 toneladas pasaran por encima de Lamazares, un poco más para ser aplastados nosotros mismos por el BMR contra el muro.

       - ¡Arranca Torregrosa, por tu madre! - grité.

       Torregrosa, que aún observaba al capitán tratando de descifrar el GPS como ese padre que observa a su hijo intentando introducir un cubo en su registro correspondiente, ladeó su cabeza hacia mí inmediatamente. No hizo falta más, con el Nissan arrancado, metió primera e hizo el giro a la derecha. El capitán Colomina golpeó su frente contra una estructura que llevaban los Nissan Patrol en el salpicadero, la intérprete se fue violentamente hacia su derecha mientras se aferraba a los hierros del todoterreno para no caer por detrás, yo, convenientemente sujeto, volví la vista atrás al escuchar el choque del BMR contra el muro. Lamazares aún rodaba por el suelo pues había conseguido saltar hacia su derecha evitando ser atropellado; Bosque eligió chocar el BMR contra el muro, si hubiera hecho el giro el BMR hubiera continuado en descenso libre ya que aún quedaba cuesta abajo por delante y más que probablemente se hubiera llevado por delante al sargento Lamazares. Saltar del BMR en marcha y ponerse a salvo, intentar hacer el giro dirigiendo el BMR por la cuesta hasta sacarlo a un descampado en barbecho que había más abajo con la seguridad de que éste detendría el BMR, soltar los mandos y ponerse a gritar...había otras opciones pero eligió la correcta, la que menos daños causó y la que peor pintaba para el que se comía todo el golpe contra el muro, pero salió bien, salió casi perfecto. No hubo daños que lamentar excepto alguna magulladura que pasaría desapercibida entre todas las ya acumuladas.

     - ¡Joder Bunes, pareces una histérica! -exclamó el capitán Colomina quién apenas se había enterado nada ensimismado en el GPS.

      El Capitán echó la vista atrás notablemente encabronado, no le había sentado bien el golpe en la frente, al ver la escena se preocupó por Lamazares.

     - ¡Coño!. Jesús, ¿estás bien?.

     - Sí, mi capitán, estoy bien -

    Jesús Lamazares se incorporó rápidamente para dirigirse hacia el BMR y preguntar.

     - Vosotros, ¿todos bien? -

     - Sí, mi sargento. - respondieron mis compañeros coralmente.

    - Bosque baja. Vamos a esperar un rato a ver si los frenos se enfrían y podemos continuar.

    - A sus órdenes.

    Por supuesto que debíamos esperar un rato a que los frenos se refrescaran y comprobar si el "bicho" frenaba para poder continuar sin pedir refuerzos, pero creo que Lamazares también quiso dar tiempo a que se pasara el susto y sobre todo a que el capitán Colomina se situara, con o sin GPS. Nos reunimos en torno a los vehículos a comentar lo acaecido.

     - Joder, ¡menudo susto!.

     - Ya ves.

     - Bosque, cabrón, casi te llevas al sargento por delante.

     - Está ágil el "jodio", más de lo que parece.

   - Eso, la adrenalina o la dignidad que también puede ser. Nadie quiere palmarla atropellado por su propio BMR porque son una antigualla de mierda. Te juegas la vida cada día y el material que te ofrecen no puede ser peor. Malpagados, poco valorados, sólo se acuerdan de nosotros cuando truena; por supuesto confórmate con la satisfacción del deber cumplido. Si te vas "pálante" la patria te devuelve agradecida el beso que recibió y ya está, no esperes gratitud, moverán cielo y tierra para rebajar la pensión a tu mujer o a tus hijos con la excusa de que estamos aquí de turismo con la ONU, pero antes se tirarán mordiscos para estar en primera fila si tu funeral es televisado...

    - Bueno, bueno, ya estás con las revindicaciones, ¿y lo bien que nos lo pasamos?

    - Joder si encima fuera un coñazo, apaga y vámonos.

    - Bien mirado podrían hasta cobrar por ver el espectáculo de la Rebolledo presentarse a la guardia con los cargadores vacíos.

     - ¡No jodas!.

   - Sí, entrábamos de guardia Vallejo, Esteban, la tal Rebolledo y yo. El teniente al mando era un chusquero de artillería lleno de orgullo y satisfacción por tener una guardia de tíos de operaciones especiales. Mientras pasaba revista alucinaba con el perfecto estado en que presentábamos el armamento, la uniformidad y de paso nos daba una charla sobre la guerra; ¡hay que joderse, un tío que no ha salido de misión en los meses que llevamos aquí!. El caso es que cuando llega a la Rebolledo y ésta le presenta los cargadores, el tío se queda en silencio, toma aire, suspira y la pregunta que qué se la olvida. Nosotros, que estábamos en firmes, ya notábamos que algo iba mal e intentábamos ver algo mirando de reojo durante el "impasse" pregunta-respuesta. La Rebolledo contestó que nada. El teniente se quitó la gorra desesperado y, tirando de ella con ambas manos, gritó: "¡Cómo que nada! Cuando vengan los serbios ¿qué vas a hacer?, ¿con qué vas a disparar?, igual es que piensas defenderte escupiendo, ¿vas a defenderte a gargajos?". Vallejo, que formaba pegado a ella, hizo un amago de carcajada que se propagó por toda la formación mientras la Rebolledo empezaba a hacer pucheros, el teniente se dirigió a nosotros: "¡Vosotros, cabrones, romped filas y reíros a gusto y tú, Rebolledo vé a tu bungalow y llena los cargadores como si fueras a una guerra, anda, bonita!".

     Nos descojonábamos con la historia pero resultó que no terminaba ahí.

     - Rebolledo regresó tan rápido que nosotros aún seguíamos a carcajada limpia. Hicimos lo posible por contener las risas y no hacer ningún comentario al respecto, para que nadie pudiera decir que éramos machistas, claro que si le pasa a un tío le descuartizamos a coñas toda la noche. El caso es que empezamos la guardia y hubo que relevar a los centinelas de sus puestos para que cenasen. A la Rebolledo le tocó sustituir a Esteban que estaba en el puesto más alejado; se fué y regresó a los pocos minutos exaltada, al borde del llanto, hiperventilando, diciendo que Esteban ha intentado matarla, que no quiere que le releve, que está "superagresivo". El teniente, que acababa de hablar con Esteban por radio, salía de su oficina frotándose la cara con la mano derecha para terminar llevándola a la frente y retirándose la gorra otra vez, la preguntó: "A ver, preciosa, ¿has avisado por radio a Esteban de que ibas a hacer el relevo tal y como indica el procedimiento?" "No, mi teniente". "¿Pues entonces que cojones quieres? Ha notado que se acercaba alguien y le ha dado el alto. Bonita, que aquí nadie está a salvo, las bosnias hablan perfecto español y nunca se sabe. El reglamento y los procedimientos están para algo". La tía tenía tal disgusto que corrimos su turno para la guardia, otro fue a relevar a Esteban que llegó todo ofuscado al cuerpo de guardia, se la echó a la cara y la dijo "hiá, tú está loca. ¿Cómo te prezentas zin avizá?. Cazi te meto un tiro hiá, y enzima vié por donde no ze vé ná. Coño niña ven por el camino". Así que otra vez pucheros y descojone generalizado.
  
     - Pobrecilla, mira que dar con Esteban...

     Esteban era un buen soldado y muy cabezón. Había que cumplir el procedimiento, la palabra dicha, o lo que fuera, a rajatabla. Si no él no lo entendía y se ponía muy nervioso.

     - Lleva el reglamento a rajatabla menos para lo de su bigote.
      
        Alguien recordó el asunto del bigote de Esteban. Cabezonería que le costó un fin de semana de arresto, beneficiándome a mí pues ya que estaba arrestado se ofreció porque sí a hacerme el servicio de fin de semana que me había tocado, sin pedir nada a cambio. Buen tipo este Esteban, peculiar pero buen tipo.

     - ¡Señores!.

   - ¡A sus órdenes mi sargento! - exclamamos al unísono mientras nos incorporábamos a firmes.

     - Vamos a comprobar que esos frenos funcionan y vámonos de aquí.

     - A sus órdenes.

      Bosque ocupó su puesto de conductor, arrancó el blindado y lentamente lo hizo retroceder interrumpiendo su marcha con leves pisadas en el freno. Cuando ya lo hubo separado del muro lo suficiente como para hacer el giro, lo detuvo y asomó la cabeza por la escotilla.

    - Mi sargento, parece que funcionan.

    - Bien, todos arriba. Despacito y con buena letra.

    Cada uno subió al vehículo que le correspondía prosiguiendo la marcha más despacio aún, por miedo a que los frenos se recalentaran de nuevo. En ese momento todos teníamos en la cabeza los compañeros que fallecieron al caer su BMR al río Neretva a la altura del puente de Dreznica. El informe oficial sentenció que el accidente se debió al exceso de velocidad. La entrada al puente en el mismo sentido en el que habíamos cruzado hacía unos instantes, es decir, sentido Sarajevo - Mostar, es una entrada de gran desnivel que requiere llevar el vehículo controlado pues el puente no es muy ancho; además una vez superado el puente el conductor debe hacer un giro de 90º para incorporarse a la M16 y no chocar contra el talud de la montaña. En el caso de nuestros compañeros, su BMR era de ingenieros, exacto al nuestro pero con una pala frontal que mientras se conduce permanece baja a modo de parachoques o spoiler. La versión detallada de los hechos concluyó que fallaron los frenos, el conductor, a gran velocidad porque iba cuesta abajo y sin frenos, tuvo la habilidad de meter el BMR en el puente y superarlo. El giro tan cerrado a esa velocidad fue imposible y el BMR chocó contra el talud, la pala hizo de muelle y lo despidió hacia atrás cayendo en el río Neretva. Emergieron del agua el conductor que no llevaba el chaleco antifragmentos puesto y el sargento Delgado, al mando del vehículo, quién se volvió a sumergir en busca del resto de soldados y no regresó a superficie. Conclusión "exceso de velocidad".

     Revisando este dramático suceso e impotente por el desprecio de parte del ejército hacia sus miembros, superábamos el último control antes de la base. Por regla general la guerra se para por la noche, la guardia del control nos miraba como un barrendero mira a un borracho de madrugada, el cansancio hacía mella, quedaban pocos kilómetros, casi todos cuesta arriba, los frenos habían fallado, se hacía eterno, no era buen momento para que pasara nada, nunca lo es. Apretando los dientes en cada curva, sujetando el volante con fuerza, los conductores se preparaban en cada cambio en la marcha de los vehículos para lo peor, afortunadamente superamos el puerto de subida a Medjugorje quedando sólo por delante terreno llano. No respiramos aliviados porque pensáramos que ya no cabía la posibilidad de tener un accidente sino porque de tenerlo no la palmaríamos casi todos ahogados en el río o despeñados 300 metros. Con mala suerte alguno caería mal e igual pasaba al otro barrio pero lo normal serían fracturas y esas cosas que en las fuerzas especiales parecen menores aunque tengas secuelas de por vida.

     Casi 20 horas de viaje en el momento en el que elevaban la barrera de entrada a la base. Nos dirigimos a repostar y a limpiar los vehículos, normalmente esto lo hacían los conductores, en este caso era de recibo hacerlo todos juntos. Todos en grupo recogíamos los vehículos mientras charlábamos.

     - Joder, pues yo no sé si ducharme primero o comer algo.

     - Se nos acumulan las necesidades.

     - Sí, porque ir al baño como Dios manda tiene que estar en este orden de prioridades. Está claro que va antes de ducharse pero, ¿comes y cagas?, o ¿cagas y comes?.

     - ¡Ja, ja, ja, ja, ja!.- Las carcajadas fueron unísonas, la relajación había llegado.

      - Yo creo que, ya que está la cocina cerrada, si cada uno saca algo de lo que le mandan de casa podemos hacer una cenilla guapa aquí en los bancos.

     Quién mas quién menos tenía algo de comida enviada por su  familia desde España, algunos verdaderas despensas. 

       Cuando los vehículos estaban ya acondicionados nos dirigimos a nuestros bungalows para dejar el equipo personal y sacar las viandas ibéricas para el catering. Algunos arrastrábamos la mochila, sujetábamos el casco con desgana con el fusil colgando del lateral con la correa de suelta rápida que nos había proporcionado el ejército. A esas horas una periodista interrumpió esa solemne procesión de almas hambrientas, la tía estaba fresca y feliz como una turista en un todo incluido de Punta Cana.

    - ¿Sois los de Sarajevo?.
    
    - Sí - respondió el Sargento Lamazares.

    - ¿Podéis contarme el viaje?.

    El siempre educado Lamazares se molestó en dar la siguiente explicación.

   - Es muy tarde, quizás dispongamos de pocas horas para descansar. Si mañana libro te lo cuento - 

   -Pues voy a hablar con el comandante de enlace porque yo necesito enviar la crónica y si no me la voy a tener que inventar- inquirió la periodista con tono de niña mimada.

    Lamazares paró en secó, se giró hacia ella mirándola fijamente.

   - Bueno, bueno, mañana le invito a una Pepsi y me lo cuenta.

   - Vale,  muchas gracias. Agradezco que me permitas descansar.

  Los periodistas, como ocurre en todas la profesiones, pueden ser buenos, regulares o malos. Estábamos un poco hartos de los "japoneses" que eran malos periodistas, miembros de las ONG e incluso militares que no hacían prácticamente nada allí excepto sacar fotos con el fin de utilizarlas para contar sus batallitas. Fotos para las que pedían un regimiento de escolta pero que luego al enseñarlas contarían que fueron sacadas con las balas silbando sobre su cabeza. Esta chica daba la sensación de andar entre los dos últimos tipos.

   La misión había terminado, sólo quedaba la cena con sus fanfarronadas y la ducha. Bien está lo que bien acaba; Colomina y Lamazares trazaron la líneas, la infantería estuvo donde tuvo que estar y tres señores conduciendo un Nissan Patrol, un autobús y un BMR soportaron la responsabilidad de transportar a soldados y refugiados por caminos intransitables con vehículos en condiciones manifiestamente mejorables. Lo hicieron perfectamente como lo hacen las grandes personas, sin darle importancia. 

   Desconozco el paradero de Torregrosa conductor del Nissan Patrol, tampoco sé nada del conductor bosnio del autobús. Lamentablemente Roberto Bosque perdió la vida pilotando un avión antiincendios Dromedair tratando de sofocar un fuego en los Albachanes. Quiso introducir su avión en el corazón del incendio y el aeroplano perdió sustentación debido a las fuertes corrientes y diferencias de presión que se crean debido a las altas temperaturas causadas por el fuego. Roberto no quiso andar otro camino que el de convertirse en aviador y seguir ayudando al prójimo sin esperar ni necesitar agradecimiento, con la grandeza y la humildad de un gran tipo.